Barroetaveña aseguró quedarse hasta el final, pero abandonó el juicio a la Ford para jugar en Casación.
Adriana se levanta rápido de su asiento. Se calza la cartera al hombro, aprieta fuerte el abrigo contra su panza y avanza con pasos cortos y apurados entre el público. Cruza el cerco de madera y encara a Mario Gambacorta sin titubear:
—Barroetaveña es un sinvergüenza, no tiene estatura moral para ser juez —le espeta.
El magistrado se encoge de hombros. Esboza una respuesta que se convierte en un “me reservo la opinión”. Lo escuchan contenidos los abogados querellantes y el fiscal federal que están a su lado, que saben que todavía hay juicio por delante.
La última audiencia del “Juicio a Ford” fue la más corta y decepcionante de todas las que hubo hasta ahora y en la que más enojados se vio a los trabajadores víctimas, sus familiares y abogados y a los miembros de organismos de derechos humanos.
Fue la primera audiencia tras la renuncia del juez Diego Barroetaveña, que juró como magistrado en la Cámara Federal de Casación Penal y dejó su rol como integrante y presidente del tribunal de este juicio. Pero además, la impericia del tribunal provocó que no declarara ningún testigo, ya que fueron citados sólo dos personas, una fallecida en 1993 y la otra de visita familiar en Australia.
Salto y fuga
Cuando comenzó el juicio en diciembre del año pasado, tras más de cuatro años de esperar que se conformara el tribunal, el juez Barroetaveña habló personalmente con los trabajadores víctimas y sus abogados y se comprometió personalmente a llevar este juicio hasta su final. Les pidió a cambio audiencias sin sobresaltos.
En cada audiencia, el juez se mostró comprensivo, paciente y pedagógico hacia las víctimas y sus familiares. “Jugó bien los primeros veinte minutos”, resume una víctima con aires de comentarista deportivo. “Pero hizo tiempo, siempre hizo tiempo, la llevó bien porque sabía que se iba”.
La abogada querellante Elizabeth Gómez Alcorta agrega que Barroetaveña puso empeño en no convocar a más de un testigo por audiencia, a sabiendas que eso retrasaba el juicio, situación que sólo cambió momentáneamente ante el reto público del Consejo de la Magistratura, hace dos meses, que le pidió al presidente del tribunal acelerar los trámites.
El pasado 10 de julio, en su última audiencia al frente de este Tribunal Oral Federal de San Martín Nº 1 donde se juzga la responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad, Barroetaveña no hizo ninguna alusión a su partida. Ello, a pesar de que ya tenía pensado qué zapatos ponerse al día siguiente, cuando juraría como nuevo integrante de la Cámara Federal de Casación Penal.
El miércoles 11, el presidente del Consejo de la Magistratura, Miguel Piedecasas, le tomó juramento a él y a dos jueces más. Barroetaveña fue nombrado al frente de la vocalía 5. Durante el acto que se realizó en los tribunales federales de Comodoro Py estuvieron presentes varios consejeros, miembros de la Corte Suprema de la Nación, el procurador general de la nación, Eduardo Casal, y el jefe del radicalismo cambiemita, Ernesto Sanz, entre otros.
Al día siguiente, los abogados querellantes y los integrantes del Programa Verdad y Justicia de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación recibieron los llamados telefónicos de los ex trabajadores de Ford, cargados de angustia. “¡Nos había prometido que iba a terminar el juicio!”, largaban con perceptible enojo, que no se disipó a pesar de que entendían que el lugar de Barroetaveña sería ocupado por el juez suplente, Eugenio Martínez Ferrero.
Su inquietud está, sin embargo, justificada: “¿Y si se enferma uno de los jueces?”, pregunta con aparente ingenuidad un familiar a la salida del tribunal. Agrega también que Barroetaveña podría haber continuado al frente del juicio, a pesar de haber jurado en su nuevo cargo.
Otra persona instruida en el deporte de los saltos largos judiciales recuerda que Barroetaveña jamás juró como juez federal en todos estos años en que estuvo a cargo de causas federales. “Lo que siempre le interesó es la rosca, no la justicia”, señala. Saltó del fuero criminal ordinario de la ciudad porteña a la categoría federal. Recién ahora, en las esferas de la superliga, detenta concurso aprobado.
A la salida de la audiencia, en la calle, a Barroetaveña le cuentan las costillas. Le asignan un buen fallo en el tercer juicio por delitos de lesa humanidad de Neuquén, “Escuelita III”, aunque recuerdan el maltrato que sufrieron los testigos víctimas por las disposiciones del tribunal que él presidía. Participó de la muy buena sentencia en el caso de Mariano Ferreyra,”su salto al estrellato”, dicen, pero contraponen que en las causas por delitos de lesa humanidad de Campo de Mayo “empezaron las absoluciones cuando él llegó”. Por una de ellas, el abogado Pablo Llonto presentó ante el Consejo de la Magistratura un pedido de juicio político en su contra por “mal desempeño en sus funciones”, por no realizar la lectura de los fundamentos de la sentencia en tiempo y forma.
Segundo tiempo
En la última audiencia, el tribunal estuvo conformado por los ya conocidos Osvaldo Facciano y Mario Gambacorta. El primero, docente de Derecho Constitucional en la carrera de abogacía de la Universidad Abierta Interamericana, ofició de presidente. En el lugar del cargo abandonado por Barroetaveña se ubicó el hasta entonces cuarto juez, Eugenio Martínez Ferrero. Con su presencia, el tribunal pasa a estar compuesto en su totalidad por jueces no nativos, es decir, que están asignados circunstancialmente desde otros tribunales del país.
La audiencia comenzó con un escueto informe sobre la partida del anterior presidente y la lectura del informe del Programa Verdad y Justicia sobre la imposibilidad de notificar a un testigo fallecido hace 25 años y la comunicación telefónica con el otro a 18 horas de vuelo cruzando el Pacífico Sur en dirección contraria a la rotación de la Tierra. Del primero, se solicitó la incorporación por lectura de su testimonio brindado hace años. Del otro, se informó que se pondrá a disposición del tribunal a la vuelta de su viaje.
La abogada querellante tomó la palabra y solicitó encarecidamente al tribunal que de acá en adelante se cite como mínimo a cinco testigos por audiencia. Los datos para justificar el pedido generaron indignación en la sala: en los últimos 75 días, sólo se desarrollaron cinco audiencias donde declararon 8 testigos. “A este ritmo, nos llevaría 16 meses más cerrar con la instancia de declaraciones”, calculó Gómez Alcorta.
La próxima audiencia fue pautada para el 14 de agosto próximo, pero tampoco habrá testigos. El presidente anuncia que se realizará una inspección ocular. Las querellas se llenan de expectativas porque vienen reclamando el recorrido por la Ford desde hace años. Pero especifica que ese día se harán presentes en la Comisaría de Maschwitz, donde algunos de los trabajadores fueron llevados luego de ser desaparecidos y torturados en los galpones recreativos del predio de Ford en General Pacheco.
“¿Es necesario una inspección ocular en la comisaría?”, pregunta este cronista a uno de los abogados presentes. “Nosotros queremos que abran la fábrica”, escucha como respuesta.
[Por Gastón Lafuente - Para El Cohete a la Luna]
Adriana se levanta rápido de su asiento. Se calza la cartera al hombro, aprieta fuerte el abrigo contra su panza y avanza con pasos cortos y apurados entre el público. Cruza el cerco de madera y encara a Mario Gambacorta sin titubear:
—Barroetaveña es un sinvergüenza, no tiene estatura moral para ser juez —le espeta.
El magistrado se encoge de hombros. Esboza una respuesta que se convierte en un “me reservo la opinión”. Lo escuchan contenidos los abogados querellantes y el fiscal federal que están a su lado, que saben que todavía hay juicio por delante.
La última audiencia del “Juicio a Ford” fue la más corta y decepcionante de todas las que hubo hasta ahora y en la que más enojados se vio a los trabajadores víctimas, sus familiares y abogados y a los miembros de organismos de derechos humanos.
Fue la primera audiencia tras la renuncia del juez Diego Barroetaveña, que juró como magistrado en la Cámara Federal de Casación Penal y dejó su rol como integrante y presidente del tribunal de este juicio. Pero además, la impericia del tribunal provocó que no declarara ningún testigo, ya que fueron citados sólo dos personas, una fallecida en 1993 y la otra de visita familiar en Australia.
Salto y fuga
Cuando comenzó el juicio en diciembre del año pasado, tras más de cuatro años de esperar que se conformara el tribunal, el juez Barroetaveña habló personalmente con los trabajadores víctimas y sus abogados y se comprometió personalmente a llevar este juicio hasta su final. Les pidió a cambio audiencias sin sobresaltos.
En cada audiencia, el juez se mostró comprensivo, paciente y pedagógico hacia las víctimas y sus familiares. “Jugó bien los primeros veinte minutos”, resume una víctima con aires de comentarista deportivo. “Pero hizo tiempo, siempre hizo tiempo, la llevó bien porque sabía que se iba”.
La abogada querellante Elizabeth Gómez Alcorta agrega que Barroetaveña puso empeño en no convocar a más de un testigo por audiencia, a sabiendas que eso retrasaba el juicio, situación que sólo cambió momentáneamente ante el reto público del Consejo de la Magistratura, hace dos meses, que le pidió al presidente del tribunal acelerar los trámites.
El pasado 10 de julio, en su última audiencia al frente de este Tribunal Oral Federal de San Martín Nº 1 donde se juzga la responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad, Barroetaveña no hizo ninguna alusión a su partida. Ello, a pesar de que ya tenía pensado qué zapatos ponerse al día siguiente, cuando juraría como nuevo integrante de la Cámara Federal de Casación Penal.
El miércoles 11, el presidente del Consejo de la Magistratura, Miguel Piedecasas, le tomó juramento a él y a dos jueces más. Barroetaveña fue nombrado al frente de la vocalía 5. Durante el acto que se realizó en los tribunales federales de Comodoro Py estuvieron presentes varios consejeros, miembros de la Corte Suprema de la Nación, el procurador general de la nación, Eduardo Casal, y el jefe del radicalismo cambiemita, Ernesto Sanz, entre otros.
Al día siguiente, los abogados querellantes y los integrantes del Programa Verdad y Justicia de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación recibieron los llamados telefónicos de los ex trabajadores de Ford, cargados de angustia. “¡Nos había prometido que iba a terminar el juicio!”, largaban con perceptible enojo, que no se disipó a pesar de que entendían que el lugar de Barroetaveña sería ocupado por el juez suplente, Eugenio Martínez Ferrero.
Su inquietud está, sin embargo, justificada: “¿Y si se enferma uno de los jueces?”, pregunta con aparente ingenuidad un familiar a la salida del tribunal. Agrega también que Barroetaveña podría haber continuado al frente del juicio, a pesar de haber jurado en su nuevo cargo.
Otra persona instruida en el deporte de los saltos largos judiciales recuerda que Barroetaveña jamás juró como juez federal en todos estos años en que estuvo a cargo de causas federales. “Lo que siempre le interesó es la rosca, no la justicia”, señala. Saltó del fuero criminal ordinario de la ciudad porteña a la categoría federal. Recién ahora, en las esferas de la superliga, detenta concurso aprobado.
A la salida de la audiencia, en la calle, a Barroetaveña le cuentan las costillas. Le asignan un buen fallo en el tercer juicio por delitos de lesa humanidad de Neuquén, “Escuelita III”, aunque recuerdan el maltrato que sufrieron los testigos víctimas por las disposiciones del tribunal que él presidía. Participó de la muy buena sentencia en el caso de Mariano Ferreyra,”su salto al estrellato”, dicen, pero contraponen que en las causas por delitos de lesa humanidad de Campo de Mayo “empezaron las absoluciones cuando él llegó”. Por una de ellas, el abogado Pablo Llonto presentó ante el Consejo de la Magistratura un pedido de juicio político en su contra por “mal desempeño en sus funciones”, por no realizar la lectura de los fundamentos de la sentencia en tiempo y forma.
Segundo tiempo
En la última audiencia, el tribunal estuvo conformado por los ya conocidos Osvaldo Facciano y Mario Gambacorta. El primero, docente de Derecho Constitucional en la carrera de abogacía de la Universidad Abierta Interamericana, ofició de presidente. En el lugar del cargo abandonado por Barroetaveña se ubicó el hasta entonces cuarto juez, Eugenio Martínez Ferrero. Con su presencia, el tribunal pasa a estar compuesto en su totalidad por jueces no nativos, es decir, que están asignados circunstancialmente desde otros tribunales del país.
La audiencia comenzó con un escueto informe sobre la partida del anterior presidente y la lectura del informe del Programa Verdad y Justicia sobre la imposibilidad de notificar a un testigo fallecido hace 25 años y la comunicación telefónica con el otro a 18 horas de vuelo cruzando el Pacífico Sur en dirección contraria a la rotación de la Tierra. Del primero, se solicitó la incorporación por lectura de su testimonio brindado hace años. Del otro, se informó que se pondrá a disposición del tribunal a la vuelta de su viaje.
La abogada querellante tomó la palabra y solicitó encarecidamente al tribunal que de acá en adelante se cite como mínimo a cinco testigos por audiencia. Los datos para justificar el pedido generaron indignación en la sala: en los últimos 75 días, sólo se desarrollaron cinco audiencias donde declararon 8 testigos. “A este ritmo, nos llevaría 16 meses más cerrar con la instancia de declaraciones”, calculó Gómez Alcorta.
La próxima audiencia fue pautada para el 14 de agosto próximo, pero tampoco habrá testigos. El presidente anuncia que se realizará una inspección ocular. Las querellas se llenan de expectativas porque vienen reclamando el recorrido por la Ford desde hace años. Pero especifica que ese día se harán presentes en la Comisaría de Maschwitz, donde algunos de los trabajadores fueron llevados luego de ser desaparecidos y torturados en los galpones recreativos del predio de Ford en General Pacheco.
“¿Es necesario una inspección ocular en la comisaría?”, pregunta este cronista a uno de los abogados presentes. “Nosotros queremos que abran la fábrica”, escucha como respuesta.